Caverna es un proyecto que nace de la necesidad de esclarecer y hacer afrenta a ciertos procesos de mi vida personal. Considero que el alma de las personas tiene voz propia y es esta voz la que nos guía. Se trata de una atracción, muchas veces inconsciente, que habla mucho de lo que somos, por lo que es importante prestarle atención para conocernos.

Hace varios años comenzó mi gusto por los espacios abandonados. Me parece magnífica la forma en la que el tiempo se hace presente y se manifiesta, sutilmente, día con día. También es sobresaliente la manera en la que la naturaleza —representación de la vida— poco a poco habita y recupera los espacios cuando se le permite existir en libertad.

Inicialmente, tuve interés en hacer fotografías construidas dentro del espacio abandonado que posteriormente serviría como escenario a Caverna, buscaba representar —de alguna manera— las situaciones que en ese momento estaba viviendo. Sin embargo, las fotografías obtenidas me resultaban satisfactorias únicamente en lo visual, mas no en lo emotivo, para mí, aspecto más importante. Tras varios días de visita al espacio abandonado y sin saber qué buscar exactamente, un día, la naturaleza —vida misma— y el tiempo me ofrecieron las respuestas. En una ocasión, al llegar al lugar descubrí en alguna de las habitaciones unos borradores de mis fotografías, olvidadas ahí semanas atrás; para mi sorpresa, las condiciones ambientales del entorno y su exposición a toda clase de efectos naturales habían transformado las imágenes: las tintas se habían desvanecido y, con ellas, también la representación de mis fantasmas. Incluso, sobre una de las fotografías empezaba a brotar una pequeña planta, producto de la humedad. De la descomposición emergía vida.

 

Así nació la idea del proyecto Caverna. Tras este hallazgo supe que las fotografías —representaciones— tenían que transformarse con el tiempo hasta desaparecer. Imprimí las fotografías en papel muy sencillo y a gran formato; después, con ayuda de varios cómplices, pegué las fotografías en algunos muros del lugar en el que capturé las imágenes. Los fotomurales parecían ventanas que, al contrastar su monocromía con el color del sitio, ofrecían un espacio de convivencia entre la realidad y la ficción, entre lo consciente y lo inconsciente. A lo largo de poco más de un año fui registrando la transformación de los fotomurales. Cada visita —realizada a solas— se convirtió en un espacio de reflexión, afrenta y un proceso de interiorización psicológica, mediante el cual lograba ver más claro y con más consciencia, mientras que —poco a poco— desaparecían las fotografías y su contenido. El espacio abandonado se había convertido en una caverna, un lugar de refugio, identificación y reencuentro. Al final, las fotografías prácticamente habían desaparecido.

 

Pienso que el arte es un depositario de emociones, pensamientos y experiencias en el que importa el contenido y donde la forma debe ser un reflejo sincero y natural, cercano al hombre y a la vida para comunicar eficazmente, es un espejo en el cual podemos leer lo que somos: reencontrarnos. En este sentido, Caverna fue una experiencia que ayudó a ponerle rostro a lo invisible para poder enfrentarlo y hacerlo consciente hasta desvanecerlo.